viernes, 2 de marzo de 2007

QUINIENTOS AÑOS DE SOLEDAD


“En el mundo están ocurriendo cosas increíbles. Ahí mismo, al otro lado del río, hay toda clase de aparatos mágicos, mientras nosotros seguimos viviendo como burros.”


José Arcadio Buendía.


Muchos de los estados altamente desarrollados incluyeron siglos atrás en sus constituciones artículos referentes al valor de la ciencia y a la necesidad del desarrollo de los recursos humanos. Esto forma parte de un movimiento que data de los siglos XVII y XVIII, cuando en Europa y EEUU se inicia el desarrollo de la gran industria.


El 17 de septiembre de 1787 se firmó la Constitución de Filadelfia en los recién creados Estados Unidos de América, la cual es considerada uno de los más grandes resultados del movimiento de “la ilustración“. En la convención constitucional participaron con gran influencia el filósofo James Madison y el científico Benjamín Franklin. En uno de los artículos se señala la obligación del congreso de los Estados Unidos de promover el progreso de la ciencia.


Es evidente que el poderío económico y militar de los Estados Unidos en la actualidad está indisolublemente ligado al desarrollo de la ciencia y la tecnología, y tiene su germen en la visión futurista de sus fundadores.


En 1867 cayó el gobierno de los Shogunes feudales en el Japón y se inició la “restauración Meiji” o restauración de la ilustración. En uno de sus párrafos la constitución japonesa de 1869 señala:


“El conocimiento será buscado y adquirido de cualquier fuente por todos los medios a nuestra disposición, para la grandeza del Japón Imperial “.


El primer ministro príncipe Ito declaró en 1886 que “La única manera de mantener el poderío de la nación y de garantizar a perpetuidad el bienestar de nuestro pueblo es por medio de los resultados de la ciencia... Las naciones sólo prosperan si aplican la ciencia... Si deseamos colocar nuestro país sobre bases seguras, garantizar su prosperidad futura, igualarlo a las naciones más avanzadas, debemos incrementar nuestros conocimientos y no dejar pasar ni un momento sin desarrollar la investigación científica“.


No es necesario demostrar que estos propósitos han ejercido una verdadera influencia sobre ese país en estos 120 años... lo cual contrasta con la carencia de propósitos similares en la constitución colombiana de 1886.


La historia de la ciencia en nuestro país, en los últimos quinientos años, mostraría unos cuantos esfuerzos “circenses“ orientados al logro de admiración hacia los científicos por parte de sus ignorantes allegados y, en los mejores casos, estériles esfuerzos de pacientes individuos aislados tratando de descubrir cosas que la humanidad ya conoce. Esto lo podemos alegóricamente comparar con la actividad de algunos Buendía en el laboratorio de alquimia de Macondo...


La inteligencia en la especie humana no es la suma aritmética de las inteligencias de los individuos. El cerebro de un individuo aislado se basa en las redes formadas por millones de neuronas que interactúan. Una neurona aislada no posee una “fracción“ de la inteligencia total, pues la inteligencia es un “modo colectivo“ de la red neuronal. Similarmente, la inteligencia de la sociedad se basa en redes formadas por millones de cerebros.


Las naciones prósperas han desarrollado un potente cerebro colectivo que les ha permitido llegar a ser líderes. Puede ocurrir que la inteligencia promedio de los individuos de un pueblo desarrollado sea inferior al correspondiente promedio en un pueblo subdesarrollado, pero esos promedios no definen la inteligencia social, sino las redes de la inteligencia colectiva. Algunas de esas redes son las escuelas de pensamiento, que existen y se desarrollan gracias a unas claras políticas de estado para la ciencia y la tecnología.


Aparentemente en el mundo moderno se está produciendo una bifurcación dentro de la especie humana. Por un lado están los pueblos que poseen una inteligencia proveniente de una gigantesca red neuronal social, y por otro están aquellos cuya inteligencia total es una simple suma aritmética de las inteligencias de los individuos aislados. La diferencia en el desarrollo de la inteligencia de esas dos clases de pueblos crece vertiginosamente, y a largo plazo podría ocurrir la aniquilación de la menos desarrollada o la aparición de dos nuevas especies que tendrían diferencias comparables a las existentes actualmente entre los humanos y los chimpancés.


Como señala el profesor Abdus Salam (1926-1996), premio Nóbel de Física en 1979, “Aquello que distingue a los países del “Norte“ y del “Sur“ se llama Ciencia y Tecnología“.


Es claro que en esta oportunidad que tenemos de adoptar una nueva constitución, no podemos limitarnos a recoger tardíamente los principios que ignoramos siglos atrás, sino que debemos dar un “salto“ y reconocer que si bien la Colombia actual está aún en muchos aspectos en el siglo XVI, vive en el mundo de finales del siglo XX y debe por lo tanto ponerse a tono con la época, y proyectarse al tercer milenio de nuestra era. Con ello tal vez no se cumpla la profecía según la cual no nos queda una segunda oportunidad sobre la tierra.


La ciencia y la tecnología tienen cabida en la Constitución Nacional en varios lugares. En el preámbulo es necesario resaltar que una de las funciones del estado es promover el desarrollo de la ciencia y del intelecto en general como pilar fundamental de la libertad y la grandeza de la nación.


En segundo lugar, debe definirse explícitamente la exigencia de cualidades intelectuales para ejercer cargos políticos y técnicos en el estado y la prohibición del “clientelismo“ con todas sus nefastas consecuencias.


En tercer lugar, la ciencia y la tecnología constituyen una herramienta básica para la dirección de la sociedad en forma racional puesto que la sociedad es un sistema regido por leyes sinergéticas.


La sinergética es la ciencia que estudia los sistemas que constan de muchas partes en interacción. Las abejas y las termitas, por ejemplo, tienen un comportamiento colectivo que no es explicable a partir de los individuos como tales. Los rasgos específicos que tienen las comunidades humanas no impiden su descripción en términos sinergéticos. James Madison a finales del siglo XVIII describió un comportamiento sinergético: “... en cada individuo la fuerza de sus convicciones y opiniones y el grado en que sus opiniones influyen en su conducta práctica, en su actuación, dependen en gran medida de cuántos hombres cree que opinan igual que él. La razón humana, el hombre en general, es muy temeroso y prudente cuando se siente sólo, y se vuelve más fuerte y confiado en la medida en que cree que muchos otros piensan igual que él“.


En cuarto lugar, como la ciencia de hoy es la tecnología del mañana, los intereses estratégicos de la nación exigen que desarrollemos nuestra propia tecnología, o que si optamos por transferencia de alguna tecnología siempre tomemos medidas para la correspondiente transferencia de ciencia.


Al respecto es muy ilustrativo el profesor Salam: “Pocos gobiernos de nuestros países han puesto dentro de los propósitos nacionales el luchar por una confianza en la tecnología del propio país. Hemos puesto poca atención a la base científica de la tecnología, o sea a la verdad evidente de que la transferencia de ciencia debe acompañar siempre a la transferencia de tecnología, si se opta a favor de la transferencia de tecnología. Así, cuando algunos de nuestros gobernantes y empresarios industriales afirman estar estimulando la transferencia de tecnología, muchas veces esto sólo significa la importación de diseños, máquinas, personal técnico y algunas veces hasta materias primas procesadas“.


Poco hay de que enorgullecerse por comprar la fibra óptica para la telefonía rural, o el supercomputador CRAY-3, si está por fuera de nuestras posibilidades el producirlos, o tan siquiera imaginar como llegaron otros seres humanos a producirlos. Ciertamente la expresión de la vida cotidiana “lo importante no es saber hacer empanadas sino saber quien las vende bien buenas“, deja de ser válida cuando se la extrapola al campo de la transferencia de tecnología.


Los ejemplos de Japón, EEUU, Rusia, Corea,... nos plantean el reto de cambiar nuestra estrategia de desarrollo económico. Las medidas monetaristas y salariales, las medidas sobre empleo y los préstamos externos, la apertura económica y la privatización de las empresas del estado, y todas las medidas imaginables, por sí solas, no valen nada sin este requisito esencial: El desarrollo de la calidad de los recursos humanos por medio de enormes inversiones en educación, la dotación de elementos científicos a la administración, el esfuerzo comparable al de esos países en el campo de la formación de científicos y técnicos. Como se ve, llegar a ser “el Japón de Suramérica“ no es asunto de deseos o de declaraciones.


Tenemos un grado de desarrollo inferior al de muchos países dotados de escasas riquezas naturales pero que poseen un enorme desarrollo de la inteligencia. Pero brillante sería nuestro porvenir si lográramos un nivel de desarrollo intelectual que nos permitiera ejercer una verdadera soberanía sobre nuestros enormes recursos naturales.


El futuro próximo deparará a la humanidad nuevos problemas junto con nuevas esperanzas. La forma de vida sufrirá cambios drásticos debidos al deterioro del medio ambiente y al agotamiento total de las reservas de petróleo y otros combustibles fósiles. Pero a la vez la ciencia (¿sin nuestra participación?) abrirá nuevas posibilidades al desarrollo de la humanidad (¿o de una de sus dos sub-especies?), que tendrá como principales protagonistas a la biotecnología, al implante de átomos, a la teoría matemática de la sociedad y la psicología matemática, a la llamada inteligencia artificial, a la fusión termonuclear, a la fotónica,... y, por qué no, a la astronáutica y la astrofísica.


Un aporte de José Arcadio Buendía a la ciencia, más importante que su descubrimiento de que la tierra es redonda o su proyecto de usar la lupa como arma de guerra, fue el intento de construir una trocha que pusiera a Macondo en contacto con los grandes inventos. Sabía que la inteligencia es un fenómeno sinergético.


Jorge Mahecha G.


Medellín, Colombia, mayo de 1991.

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